lunes, 29 de junio de 2020

Diario de Norma González

Domingo 31 de mayo de 2020


Después de dos años hablé con Marina por primera vez. Desde que mamá murió no
volvimos a hablar. ¡Me despertó el teléfono a las 9 de la mañana! Después que mamá
murió, el teléfono prácticamente no volvió a sonar.
Al principio nuestra conversación fue muy amena. Nos pusimos al día con las cosas de
los chicos:
-¡Ay! ¡Gastón y Romina están gigantes! Hace mucho que nos lo ves, no sabés lo que te
extrañan. Siempre estamos por ir a visitarte, pero con esto de la cuarentena se nos
complica mucho.
Que yo sepa la cuarentena no está desde hace dos años.
Continuó con las cosas de Jorge:
-Y Jorge por suerte sigue trabajando pero ahora desde casa, viste que él es gerente
general, así que desde casa puede manejar sus temas sin problemas, y no tiene que ir
de un lado para el otro con el auto para llegar a tiempo a cada reunión. ¡Ah! Cierto que
no sabías que lo habían ascendido. Está chocho, tanto esfuerzo finalmente valió la pena,
viste que se quedaba hasta cualquier hora en la oficina y a casa llegaba molido. Cuando
estaba a punto de tirar la toalla.¡Surprise! GERENTE GENERAL.
Con las cosas de su trabajo:
-Y yo en el trabajo re bien. Viste que hace más de 10 años que trabajo en el Estudio, el
año que viene me hacen socia. Las decisiones van a ser otras y la cabeza también.
Imaginate de ser empleada a ser socia, ama y señora de las decisiones del estudio. Van
a decir llegó la señora. (Se ríe). 
Del perro:
-Beethoven está tan viejito, ¿te acordás el pompón que era cuando llegó a casa? Ahora
perdió un poco el olfato y la vista por completo, tenés que ayudarlo para que haga pis y
para comer. Te da tanta pena, pobrecito. En cualquier momento nos deja.
Del gato:
-Y Anukis, bueno, ella es más chica que Beethoven, está hermosa. Con esos ojos azules
que tiene y lo gris y cautivante que es. Es la diosa de la casa, después de mí, obvio. (Se
ríe, otra vez).
De su amiga: 
-!Ah! ¡Casi me olvido de contarte! ¿Te acordás de Julia? Julia, mi amiga, la solterona, la
que nunca daba pie con bola con los tipos, ¿te acordás? Bueno, no importa. Está
esperando un hijo. A los 43 años. Podés creer. No sabés, está chocha, no sólo por el bebé,
sino que dio con un tipo que es un amor. Trabajador, responsable, fiel, y que quiere una
familia. Pobre, con todo lo que le pasó con los tipos que conoció siempre, se tenía
merecido un tipo como Pablo. Un hombre con todas las letras. Tendrías que
conocerlo...bah! Lo tendrías que haber conocido antes que Julia. (Se vuelve a reír pero
socarronamente, siempre fui su hazmerreír).
Siguió con su perorata... etc. 
En ningún momento fue capaz de preguntarme cómo estaba yo (hola, soy tu hermana y
hace dos años que no hablamos). 
Así que arremetí:
-Bueno, ahora es mi turno, ¿no te parece? Yo...en fin, estoy. Después que murió mamá
esta casa es una tumba, mamá por lo menos miraba telenovelas y me charlaba. Ahora la
única compañía que tengo son los potus y el palo de agua, que está divino. Este año
floreció, aunque no lo puedas creer. Tengo pensado comprar una azaleas para levantar
un poco, darle color al departamento.
¿A que no sabés qué? Tenés una hermana jubilada. Sí, con cincuenta años soy jubilada. 
-¡Ay Norma, con lo joven que sos!
-Sí con lo joven que soy y por saber cosas que no debía saber, por estar en el lugar
equivocado a la hora equivocada. Por todo eso me sacaron del medio, me corrieron, y me
jubilaron. La jubilación no alcanza para nada, así que para ganarme unos pesitos extras
estoy vendiendo Essen, cuando cortemos te mando el catálogo por WhatsApp así lo
chusmeás y me comprás algo….
-Yo paso. El año pasado con Jorge volvimos a ir a Europa y renové ollas, platos, copas,
toda la cocina, y todo baratísimo. No como acá que te cobran un huevo y la calidad es
malísima, todo berreta y chino. Así que te agradezco.
-Nunca te pido nada Marina, podés hacerle un favor a tu hermana.
-Bueno, comprar no te voy a comprar nada, pero les paso el catálogo a las chicas del
Estudio.
-Marina, por lo menos comprame una bombilla, te estoy diciendo que estoy en la mala y
ni siquiera sos capaz de decirme dejámelo ver. Nunca te pido nada, nunca te pedí anda. Y
lo único que hacés es refregarme en la cara lo bien que te va y no sos capaz de darme una
mano. A tu hermana. La que se hizo cargo de mamá.
-Otra vez con eso. No te alcanzó con el papelón que hiciste en el velatorio de mamá.
-Sí, otra vez. Yo soy la que se hizo cargo de mamá mientras vos eras feliz, formabas tu
hermosa familia y te recibías en la UBA...
-Por favor Norma...
-Yo soy la que se quedó al lado de mamá, la que le dedicó su vida. No vos Marina. Y ahora
no tengo nada, ni trabajo, ni marido, ni hijos, ni vida, ni madre. Nada…
Silencio.
-¿Me escuchás Marina? Nada, no tengo nada y no sos capaz de ayudarme.
Silencio.
-¿Me escuchás Marina? Hola. Hola. ¿Marina me escuchás?
Cortó.

Como siempre me dejó con la última palabra en la boca. Al final no sé ni para qué llamó.

martes, 14 de agosto de 2012

El camino del autoconocimiento

Hace una semana que terminé con Carlos. Estoy más tranquila que el primer día y empecé a ver lo positivo de mi decisión.
Salgo de la oficina, como todos los días, a las seis en punto. Cruzo Diagonal Norte y voy a Cerrito a tomar el cincuenta y nueve, que me lleva a Constitución, luego tomo el tren y camino, desde la estación, las cinco cuadras que me separan hasta mi casa. Entro, me saco los zapatos, las medias, la camisa, la pollera y me pongo el pijama. Apronto el mate, enciendo la tele y me quedo hipnotizada un rato viendo la novela adolescente del momento; antes de que empiece el noticiero entro a bañarme. Después hago la cena, como y me acuesto. Todos los días la misma rutina.

A Carlos lo conocí hace dos años, por accidente o por casualidad; sí, por casualidad. Estaba yendo a hacer un trámite a la escribanía y en el vagón del subte había un payaso de cuarta haciendo chistes viejos, archiconocidos; era tan patético que todos en el vagón nos reíamos. Entre las risas cómplices de los pasajeros me encontré con su mirada. Me dio tanta vergüenza que bajé la vista. Lo volví a mirar y reímos juntos. El payaso terminó su número y pasó con su gorra mientras decía con voz aniñada: ¡Gracias amiguitos pasajeritos! Saludó y se fue al otro vagón. Volví a buscar la mirada cómplice de Carlos pero había desaparecido.
Tribunales.
Salí por el andén hasta la escalera mecánica y esperé a que todos subieran. No me gustan los tumultos de gente.
-Yo también prefiero esperar- me susurró alguien al oído.
Apreté mi cartera y el celular contra mi cuerpo y me di vuelta. Ahí estaba, con su traje gris Príncipe de Gales de primerísima marca, la corbata verde platinado a rayas, el pelo canoso, sus ojos claros: Carlos.
Como si fuera una adolescente largué una risa tonta. En ese instante comenzó todo. Me acompañó hasta la escribanía, me dio su tarjeta y no me pidió mi número de teléfono porque “soy un caballero y no quiero ponerla en apuros. Cuando quiera me llama”. Tomó mi mano y la besó. Así sembró su semilla. Luego vino mi llamado, la cita, la primera vez, el encantamiento, el enamoramiento: enamora – miento. Al mes me confesó que estaba casado, y yo: enamorada. Estallé en llanto, me abrazó, me contuvo, me pidió perdón, me dijo que no quería lastimarme y mucho menos perderme, que el amor a veces llega cuando uno menos se lo espera y no hay que dejarlo ir porque el tren pasa una sola vez. Me pidió tiempo para decirle la verdad a su mujer y a los hijos para luego separarse e irse a vivir conmigo, formaríamos nuestra propia familia y seríamos muy felices. Comprendí la situación y le dí el tiempo que me pidió. Después hicimos el amor frenéticamente en su auto.
El sexo con Carlos era increíble. En cualquier lugar donde estuviéramos a solas nos matábamos. El roce de su piel con la mía me encendía, nunca había sentido nada igual. Apenas abríamos la puerta del departamento la llama comenzaba a arder. Las manos entraban en acción, mis pechos, sus muslos, mi vestido, su camisa, las medias, el pantalón, su entrepierna, la mía, mientras mi boca envolvía su lengua el éxtasis comenzaba a brotar.

Estuvo un año con el cuento de que se iba a separar hasta que un día le dije:
-Carlos ya sabemos que esta situación nunca va a terminar, voy a ser la eterna amante, necesito que me digas la verdad de una vez por más dura que sea.
Me dijo que su mujer no estaba bien porque la madre estaba muy enferma y podía morir en cualquier momento. Que no era lo mejor dejarla justo en ese momento, que quería acompañarla en ese instante tan triste. Me besó, me acarició las mejillas, el cuello, los brazos, me susurró al oído que me amaba a mí, me apretó contra su cuerpo, desabrochó mi blusa y otra vez el éxtasis, el fuego.
Química, pasión, calentura, ya no sé qué nombre ponerle pero eran encuentros explosivos que impedían que lo dejara. Una adicción. No dejaba de pensar en él, en la última vez.

Dos años ya pasaron de aquella conversación en que me regalaba la luna, las estrellas y todas las constelaciones del universo. Hace unos meses comencé a ir al psicólogo y a leer libros de autoayuda, por recomendación de Adri, mi mejor amiga, porque, según ella, me ayudaría a dejar a Carlos de una vez por todas. Creía y estaba convencida de que no iba a poder encontrar un hombre como él, que me transportara tan lejos y por el cual vivir. Mi vida giraba alrededor de Carlos y eso quería cambiarlo, quería conocer a otro hombre porque mientras él dormía todas las noches acompañado yo seguía durmiendo sola. Durante el tratamiento, y el apoyo de los libros, fui entendiendo lo que me pasaba con él, lo poco que yo me quería a mí misma y lo poco que me hacía valer como mujer y como persona frente a Carlos. Yo merecía y merezco algo mejor. Fue muy difícil tomar la decisión de terminar la relación hasta que un día escuchando al consejero espiritual del canal Infinito me hizo click la cabeza: ¡Sí! Yo puedo, me dije. Tengo las riendas de mi vida. Tomé coraje y llamé a Carlos, lo cité en un bar. Cuando lo vi entrar la pasión se apoderó de mí e inmediatamente me acordé del consejero espiritual y me dije: Tengo las riendas de mi vida, yo sé lo que es bueno para mí. Yo valgo y mucho. Esta persona no me merece. Y fue ahí que le dije:
-Me quiero separar.
Los ojos de Carlos tomaron dimensiones desconocidas para mí hasta ese momento. Trató de persuadirme enumerando todo lo bueno que tenía nuestra relación (que se reducía únicamente al buen sexo), lo mucho que me quería y me juró que pronto se iba a separar aunque todavía su mujer no lo supiera. Como eso no bastó para que yo cambiara de idea relató detalladamente el último encuentro sexual, comencé a excitarme pero nuevamente apareció el consejero sonriéndome y agitando su dedo índice de un lado al otro. Me levanté, pagué mi café y me fui. Carlos quedó boquiabierto. Llegué a casa y me desarmé, me tiré sobre la cama a llorar, y ahora qué iba a hacer, quién me iba a llamar todas las noches, a quién le iba a enviar mensajitos dando los buenos días y las buenas noches. Llamé a la psicóloga que me felicitó por lo que había hecho y me recordó los porqués de esa decisión. Recapacité. Llamé a Adri: le conté todo, me felicitó y después vino a casa para hacerme compañía.

Había pasado ya una semana de la separación y me sentía mejor. Sabía que necesitaba mucho más tiempo para enfrentar una nueva relación y estar entera para mí y para el otro. Ya estaba por llegar a casa, lo único que quería era descalzarme y ponerme el pijama. Entré, fui al cuarto para cambiarme y en la mesita de luz encontré una frase armada con recortes de diarios:
LA PASIÓN NO ES MÁS QUE UN INVENTO
¡Carlos! Me olvidé de pedirle las llaves de casa. Lo llamé:
-Carlos, ¿dónde estás?
-Debajo de tu cama.
Y comenzó a acariciarme las piernas, como sólo Carlos sabe hacerlo.

lunes, 9 de julio de 2012

La primera vez

A mi abuelo...

Después de una feroz tormenta el pueblo parecía devastado. Los campos se habían inundado, murieron animales y algunos habitantes. La cosecha de esa siembra, ya perdida, estaba destinada a aplacar la hambruna que había en Europa. El pueblo parecía estar viviendo su propia guerra.
Los habitantes decidieron fraccionar los alimentos que habían quedado a salvo para poder alimentarse hasta que llegara ayuda, esto tardaría varios días. Volver a la rutina llevaría más de seis meses, tendrían que esperar a que el agua de los campos se evaporase, el suelo volviese a ser fértil y los animales sanos y fuertes.
Emiliano, el jefe de la estación de tren, estaba organizando la llegada de las donaciones que venían de todo el país. La primera carga llegaría en diez días y con ella quería dar una gran sorpresa a todo el pueblo para que volviera a sonreír después de la trágica tormenta.
Emiliano tenía una pasión: las comunicaciones. Por más de veinte años había sido el telegrafista de la estación. Unos meses atrás se enteró de la primera transmisión de radio realizada en el país. Su sueño era que la estación de tren se convirtiera en la primera estación de radio del pueblo y sus alrededores. Apenas supo la noticia se puso manos a la obra: habló con el intendente y le explicó su plan el cual consistía en acondicionar uno de los galpones en desuso para este fin, él tenía contactos en la ciudad que le habían enviado por correo todas las instrucciones para realizar la instalación eléctrica, colocar los micrófonos y antena para comenzar a transmitir. Sería una repetidora de la emisora de la ciudad que transmitía música clásica. El intendente aceptó la propuesta y le dio todo el apoyo para que comenzara cuanto antes. En el término de seis meses tenía casi todo, lo único que faltaba era la gran protagonista de este sueño: la antena.
Algunas familias que estaban durmiendo en la escuela que había servido de refugio, volvieron a sus casas después de cinco días. La lluvia había cesado y el agua había empezado a bajar. El arroyo lentamente volvía a su cauce. Entre todos se ayudaban para acondicionar cada casa. Primero se verificaba que los cimientos estuvieran en buen estado, luego se controlaban los colchones, después la ropa y el calzado, y finalmente si habían alimentos en buen estado. Una vez finalizado el control anotaban en una planilla lo que necesitaba cada familia.
Era viernes y al día siguiente llegarían los trenes. Emiliano junto con Joaquín que era el telegrafista, terminaban de acondicionar los galpones para realizar las descargas de los vagones y poder despejar las vías rápidamente para la llegada de las otras dos formaciones. En el primer tren llegaría la antena.
Esa noche Emiliano no había podido dormir, en principio porque nunca había recibido tantos trenes en un solo día y la gran responsabilidad que esto implicaba, el pueblo casi no tenía provisiones y de lo único que se hablaba era de ese día esperado. Y lo otro que le quitaba el sueño era la antena, los últimos metros para llegar a la cima, hacer cumbre.
A las cinco de la mañana se fue a la estación, la ansiedad pudo más. En medio del frío atravesó el pueblo con sombrero y levita puestos. De paso quedaba la casa de Joaquín, se acercó hasta la puerta y la golpeó varias veces. Muy asustado el telegrafista abrió la ventana de su cuarto vio a Emiliano que le hacía señas para que bajase rápido. Tan pronto como pudo bajó. Emiliano no podía parar de hablar, estaba tan entusiasmado con la radio que parecía un niño. Llegaron a la estación, prendieron las luces, abrieron los galpones y esperaron mientras tomaban unos mates. De a poco empezó a aparecer la gente y con ella los primeros rayos de luz.
A lo lejos se oía la bocina del tren y a medida que pasaban los minutos se hacía más fuerte. Un niño comenzó a gritar: ¡Ahí viene, ahí viene!
El humo de la chimenea comenzó a verse, la locomotora se hacía cada vez más grande y más lenta. Los hombres comenzaron a acercarse a los vagones para descargarlos, las mujeres fueron a los galpones para abrir las bolsas y embalajes y clasificar todo lo que había llegado. Emiliano fue directamente a hablar con el maquinista para que le diera su encomienda que requería un trato muy especial, el maquinista no tenía idea de nada, él simplemente trajo el cargamento de las donaciones. Emiliano no lo podía creer, inmediatamente fue al telégrafo y comenzó a comunicarse con la ciudad para saber qué sucedió con su antena. Habían tenido un problema y por error viajó en la segunda locomotora que llegaría en cinco horas, para calmar su ansiedad se dedicó a ayudar a los demás.
Cerca del mediodía Joaquín comunicó a todos que la segunda máquina estaba a veinte kilómetros. Emiliano fue el primero en posicionarse en el andén, caminaba de un lado al otro, prendía su pipa a cada rato, era una locomotora con sombrero.
Finalmente llegó, se llamaba La coronada. Emiliano se acercó a la cabina del maquinista cuando se vieron no mediaron palabras, Jorge le hizo una señal para que lo siguiera y abrió el primer vagón y le señaló su encomienda y le dijo: ¡Qué susto te llevaste, eh!. Emiliano no podía ocultar su felicidad y le mostró la sorpresa que tenía preparada para el pueblo. Jorge escuchaba entusiasmado a Emiliano y comenzó a ayudarlo en la colocación de la antena junto con Joaquín. El pueblo no se había dado cuenta de lo que hacían, ni imaginaban la sorpresa que tendrían al día siguiente.
El gran día llegó. El sol cubría las calles del pueblo y una brisa fresca las acariciaba. La estación estaba decorada con coloridos banderines. La intendencia organizó un desayuno con mate cocido y tortas fritas que las mujeres del pueblo amasaron. Poco a poco los habitantes se fueron acercando, miraban el escenario que había al lado de la oficina telegráfica, el micrófono y los grandes parlantes; el sol de julio iluminaba la escena. Imaginaban que el intendente daría un discurso por los hechos ocurridos en los últimos días.
Cuando estuvo todo el pueblo reunido el intendente subió para agradecer todo el trabajo y el esfuerzo hecho, en especial a los niños que se portaron tan bien y ayudaron en lo que pudieron. Habló de cómo iban a resarcir a cada uno de los habitantes por las pérdidas que hubo por la tormenta, que no iba a ser fácil, ya que recuperarse llevaría varios años. Finalmente anunció la gran sorpresa, esa sorpresa que ayudaría a pasar los duros meses que restaban del invierno. Llamó a Emiliano que simplemente pidió silencio y mucha atención. Lo miró a Joaquín que estaba telegrafiando a la ciudad para que hicieran la conexión, un chillido muy fuerte salió de los parlantes, algunos se asustaron otros gritaron. Emiliano pidió calma y de repente el himno se oyó. El pueblo asombrado miraba y las lágrimas comenzaron a brotar.

sábado, 9 de junio de 2012

Tres paraguas

La primera vez que los vi sentí temor y curiosidad. Estaban los tres parados en la vereda frente a una puerta conversando en voz baja, no querían llamar la atención pero lograban lo contrario.
Recuerdo que lloviznaba y una espesa neblina cubría la medianoche. Era una de las tantas noches en las que regresaba de la facultad. Me había bajado del colectivo y caminaba las siete cuadras que me separaban de mi casa. Mientras caminaba cubría mi cabeza con la carpeta de apuntes, de vez en cuando hacía un gracioso trote que duraba de dos a tres pasos, esto supuestamente evitaba que me mojorara más. Miraba hacia abajo para evitar pisar las baldosas flojas cuando levanté la cabeza y vi unas figuras recortadas por la luz. Esa imagen me llamó mucho la atención. Me quedé parado observando unos instantes: eran tres hombres, tenían entre cincuenta y setenta años, vestían zapatos, pantalón de vestir y piloto, todos tenían sus paraguas abiertos. Conversaban en voz baja y estaban esperando, qué era lo que esperaban aún no lo sabía. Decidí resguardarme en un zaguán para poder verlos de más cerca. Traté de agudizar mi oído para oír la conversación pero fue inútil. Hablaban, hacían ademanes y a cada rato miraban sus relojes, hice lo mismo, eran las veintitrés y cincuenta y uno.
El viento comenzó a soplar un poco, esobastó para que la llovizna se convirtiera en lluvia. El zaguán ya no era suficiente, tapándome como podía fui al de la casa lindera que tenía un pequeño techo de vidrio. Una vez a salvo levanté la vista para mirarlos y uno de ellos, el más viejo, me vio. Sostuve unos segundos la mirada, después miré hacia el otro lado y luego agarré el celular simulando que enviaba un mensaje de texto. Mi actuación no fue buena, cuando volví a observarlos el viejo seguía mirándome hasta que la puerta frente a la cual estaban parados se abrió. Un hombre muy alto con bigotes, vestido de frac y galera salió a recibirlos. Mi cara de asombro cada vez era mayor. El reloj de la iglesia daba las doce en punto. El hombre de frac saludó uno a uno con una reverencia y los invitó a pasar. El viejo era el último en entrar, me miró e hizo un gesto con su mano para que me acercara, sorprendido le pregunté si era a mí a quien se dirigía y repitió el gesto. La curiosidad pudo más y fui a su encuentro. Me saludó y me invitó a pasar para que dejara de mojarme.
Y así fue como entré a este mundo maravilloso hace ya más de veinte añosgracias a mi gran maestro Alfredo, ese viejo que me invitó a atravesar esa puerta y a mi curiosidad.Esa noche dejé ingeniería. Esa noche dejé la lógica y el razonamiento por la imaginación.
Esta historia, mi historia, me gusta contarla cada vez que doy una conferencia.
¡Estimados! No más preámbulos: bienvenidos al décimo congreso de globología. Aplausos por favor.

viernes, 18 de mayo de 2012

El bosque

Hace una hora que camino en medio del bosque. A pesar de mis treinta años recién ahora descubro el otoño, pero lo más curioso es que mi descubrimiento se basa en que me gusta y no en su existencia.
Es un hermoso día, el cielo está limpio y no se ve ninguna nube, tampoco personas, el bosque es mío.
Estoy agotada. Tomo un poco de agua. Escucho el canto de los pájaros y extiendo mis brazos, miro al cielo y respiro hondo. El contacto con la naturaleza es lo más hermoso en este mundo, me siento parte de ella en momentos como estos en los que dejo de ser una ciudadana para convertirme en un ser humano, un ser vivo.
Me acuesto sobre la alfombra que forman las hojas secas: marrón, amarillo, naranja, algún que otro verde que se cuela forman los matices de este tapiz. Despojada de mi mochila y mi campera me relajo. Estiro mis piernas, mis brazos, mi espalda. Respiro profundamente dejando los brazos al costado del cuerpo con las palmas hacia arriba. Cierro los ojos y sólo me limito a respirar y sentir el bosque. La paz inunda mi mente. Era lo que necesitaba. Me dejo caer.
Después de un tiempo que no puedo precisar abro los ojos lentamente. Miro las copas de los árboles que aún conservan sus hojas, a pesar de estar secas siguen aferradas, pareciera que no quieren soltarse para no perder la vista privilegiada que tienen a esa altura. Un ave sobrevuela el cielo, pasa otra y una más. Los pájaros, posados en las ramas desnudas, otras no tanto, se sacuden por el frío y quedan gorditos por su plumaje despeinado. Las hojas se mueven por el viento, algunas se sueltan y caen en vaivén, dos caen sobre mi cara, río. Los rayos del sol aparecen y desaparecen al ritmo del viento, entrecierro los ojos para no perder de vista el cielo. Soy feliz.
Cierro los ojos, respiro hondo. Una sonrisa se dibuja en mi rostro.
De pronto una mano sale de la tierra,  me agarra la muñeca. ¡Grito! Otra mano emerge y me tapa la boca. Comienzo a sacudir mi cuerpo tratando de escapar pero es inútil, inmediatamente me agarran los tobillos. Los ojos bien abiertos, no quiero hundirme. Un brazo envuelve mi cintura. Me hundo. Veo los rayos del sol entre los árboles, el cielo azul. Me hunden. Sigo sacudiéndome, me empujan hacia abajo. Los ojos bien abiertos y un grito mudo. Me hundo. Veo cómo se aleja el azul del cielo. Los árboles se agitan. Pasa un ave. Apenas veo el azul del cielo que se mezcla con las hojas secas: marrón, amarillo, naranja…negro.

martes, 14 de febrero de 2012

El corazón se encuentra del lado izquierdo

Hace unos días retiré el resultado de un estudio médico que me hice por control, un eco Doppler. Desde los cuatro años tengo un soplo cardíaco funcional en la válvula mitral. Nunca tuve inconvenientes, siempre realicé una vida normal indicado ésto por los médicos. Al llegar a mi casa lo primero que hice fue leer el informe. En él aparecía informado, por supuesto, dicho soplo pero no con estas palabras sino con terminología médica la cual me gusta mucho (soy una médica frustrada), "válvula mitral displásica con prolapso parcial de la valva mayor". Además informaba que no sólo tengo insuficiencia en la válvula mitral, también en las válvulas tricúspide y pulmonar. En este punto quiero señalar algo: el corazón posee cuatro válvulas, a saber: mitral, tricúspide, pulmonar y aórtica. ¿Qué quiere decir ésto? ¡Que mi corazón está funcionando con el 25% de sus válvulas! ¡Sí! ¡Soy fatalista y trágica! El informe dice que la insuficiencia es leve y aún no consulté con el médico.


Lunes
Pasados diez días de esa noticia me despierto con el ojo izquierdo pegado por una extraña sustancia blanquecina e inflamado. Voy al oftalmólogo y me  diagnostica conjuntivitis. Me receta unas gotas cada cuatro horas. Al día siguiente de comenzar el tratamiento estaba peor. Consulté con otro especialista. Me recetó otras gotas que las coloco cinco minutos después de las primeras. Con esa combinación mi ojo poquito a poco fue mejorando.


Jueves
Comencé con unas puntadas en el oído izquierdo y un pequeño bulto al lado del lóbulo. Sumado a ésto dolor de garganta.
Diagnóstico: otitis externa.
Tratamiento: Amoxicilina cada ocho horas.
Como habrán podido apreciar mi lado izquierdo no andaba muy bien, por suerte mi pie izquierdo sí. Podemos sospechar que a raíz de leer el informe de mi corazón, perdón, de mi pobre corazón haya despertado una somatización del lado izquierdo de mi cuerpo. Es decir no querer ver ni oír hablar del soplo cardíaco. Suposiciones, simples suposiciones.


Sábado
Después de cinco días de no ver a mi novio para no contagiarlo me envía el siguiente mensaje de texto:
Yo no estoy haciendo
las cosas bien hace
un tiempo. Quizá nos
tendríamos que
tomar unos días de
silencio y distancia.

Una tremenda bomba. Yo agonizando y mi novio me deja. Pensé muchas cosas, que había dejado de quererme, que estaba gorda, que estaba muy flaca, que tenía mucha celulitis, que tenía poca, que había conocido a otra, que hacía rato tenía una amante y yo como una tonta no me había dado cuenta, seguro que estaba con alguna ex compañera de algo, curso, facultad, secundario, escuela; mi cabeza no paraba. A las tres horas me envía el siguiente mensaje de texto:
Racing inscribió a
Buffarini como
último refuerzo
anoche en la AFA.

Quedé desconcertada. Hacía tres horas me había pedido un tiempo. ¿Y ahora me informaba del pase de Buffarini? Inmediatamente lo llamé y lo increpé. A mi novela trágica no le aportó nada, me explicó que necesitaba reflexionar acerca de temas familiares que se le presentaron y que eran serios, que no tenía nada  que ver conmigo y que cuando tuviera asimilados esos temas los hablaría conmigo. Luego me declaró sentimientos amorosos hacia mí que no voy a develar. Mi corazón a nivel sentimental había quedado sanado, no así a nivel fisológico.
Comienza a dolerme la garganta.
Esa noche no dormí bien, ya que tenía que despertarme a las cuatro de la mañana para colocarme las gotas y como si esto fuera poco tenían que pasar cinco minutos entre unas y otras. Luego de colocarlas no me podía dormir. Vuelta para acá, para allá, boca arriba, boca abajo, posición fetal, etcétera. Hasta que pude dormirme. Cuando desperté al día siguiente tenía una contractura en el cuello y adivinen de qué lado...¡Sí! Del lado izquierdo. Me coloqué las gotas nuevamente, tomé el antibiótico, desayuné y tomé ibuprofeno para calmar la contractura, no se calmó.


Domingo
Malestar en todo el cuerpo, dolor de garganta, desgano. A la noche más decaimiento y una sensación febril. Busco el termómetro y lo coloco en mi axila, espero los cinco minutos reglamentarios, y lo miro. Treinta y ocho. Inmeditamente fui a mi caja de medicamentos, lo único que tenía era ibuprofeno. Busco en Internet si servía para la fiebre, sí. Lo tomo. A la hora vuelvo a tomarme la temperatura. Cinco minutos. Treinta y ocho.
Salgo de mi casa rumbo a la clínica. Me atiende una doctora le cuento mi historia clínica durante. la última semana. Llama a la enfermera y le dice "prepará un ibuprofeno", le recuerdo que ya había tomado uno y no me había hecho efecto. Aparece la enfermera con una jeringa y me dice " vení, apoya las manos en la camilla y levantá la pollera". "¡Ah!" Exclamo sorprendida "pensé que iba a ser en el brazo"; "No, no" responde y me clava la aguja, un dolor espantoso que me llevó a cerrar el puño fuertemente y clavarme las uñas. El dolor subió hasta mi cintura y luego bajó por mi muslo. Rengueando volví a sentarme frente a la doctora, me pregunta si estoy embarazada a lo que respondí prácticamente con un grito "¡No!", "¿Segura?" dudó. A lo que yo pensé si yo no sé si tengo posibilidades de estar embarazada estoy frita. Dí todas las explicaciones para que entendiera que no podía ser así. De todos modos hizo la orden para una radiografía de tórax con protección. Me hago la radiografía y se la llevo a la doctora. Todo en orden. Me receta otro antibiótico y Paracetamol que se suma a la colección que tengo en la mesita de luz: gotas oftálmicas 2, antibióticos 2, antihistamínico 1, gasas varias;  además me indica que me haga vapores, gárgaras con bicarbonato de sodio  y nebulizaciones. Escribe la receta en una orden de la clínica, le digo con el mayor respeto a la facultativa que por favor la haga en el recetario oficial de mi obra social así me hacen el descuento en la farmacia, me responde que con esa receta es suficiente, que me tienen que hacer el descuento.
Le agradezco la atención y me retiro a mi hogar, ya eran las doce de la noche.


Lunes
Me levanto con mucho dolor de garganta y fiebre, me tomo el paracetamol, el antibiótico 1 y me aplico las gotas número 1, luego de cinco minutos las gotas número 2.
Me lavo los dientes, la cara, me visto y parto con la receta a la farmacia. Llego al mostrador, entrego la receta y el farmacéutico me dice "Sin la receta oficial no hay descuento".

viernes, 2 de diciembre de 2011

Felices fiestas


Estimados,
Tenemos el agrado de invitar a todos los empleados de nuestra hermosa empresa, que consideramos una gran familia, a participar del Gran Premio de Fin de Año que consiste en el sorteo de un pavo real (adjuntamos foto). 
Aquellos que quieran participar no tienen más que pasar por la oficina de personal para comprar el número, el costo del mismo es de tan sólo $235.-
Esperamos la participación de todos los integrantes de esta gran familia sinó serán despedidos el día 23 de diciembre.

Gracias por leer este mensaje y por el tiempo dedicado a él.

En nombre de la empresa les deseamos una muy Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo junto a sus seres más queridos.

Saludos cordiales,
El Gerente

lunes, 26 de septiembre de 2011

Capítulo 4


Mariano se despidió de Joaquín y comenzó a caminar por la avenida Corrientes. Cuando dobló la esquina se encontró delante suyo con una pequeña mochila de cuero que colgaba de los hombros de una mujer, de la mochila salía un palo de amasar.


Mariano, hipnotizado por esta imagen, comenzó a seguir al palo de amasar que se alejaba más rápido de lo que él podía acercarse. Empezó a acelerar su paso, cada vez que intentaba tomarlo entre sus manos el palo se alejaba. Mariano comenzó a aumentar la velocidad. La mochila se agitaba de un lado a otro. Volvió a estirar sus brazos para agarrar el palo, cuando ya casi lo tenía desapareció al doblar la esquina. Desesperado miró a ambos lados hasta ver la pequeña mochila de cuero. Volvió a seguirla. A esta altura su caminata se había convertido en un trote. La mochila comenzó a cruzar la calle. Mariano miró a un lado y a otro y cruzó detrás de ella. Continuó la cacería. Ya estaba más cerca. Su cara comenzó a tensarse a punto de estallar en un grito silencioso. Las gotas de sudor corrían por su rostro. Estiró su brazo lo más que pudo. Lo había logrado. Tenía el palo de amasar entre sus manos, lo miraba desorbitado, no lo podía creer. Miró al cielo con los brazos abiertos, las gotas de lluvia comenzaron a resbalar por su cara mientras agradecía al cielo.


Volvió en sí, salió corriendo a buscar al viejo al bar donde estaba siempre, haciendo nada, tomando café y fumando. Entró al bar con el palo de amasar en la mano derecha, abrió las puertas, quedó parado unos instantes mirando con ira a los presentes hasta que divisó al viejo. Se lanzó sobre él y comenzó a pegarle con el palo. Una y otra y otra vez. No podía parar. La ira se veía reflejada en su cara.


- ¡Eh! ¡Pibe! ¡No escuchás la bocina!


Mariano quedó boquiabierto. Estaba a punto de cruzar la calle cuando el taxista lo despertó.

sábado, 27 de agosto de 2011

Cabecita de oro

Así le decían, Cabecita de oro. Era un delantero de esos que ya no se ven más. Su camiseta era la número nueve y se caracterizaba por convertir goles en el último minuto del partido; su récord había llegado a ser de tres goles en los últimos tres minutos. Increíble. Imparable. Al faltar cinco minutos para finalizar cada partido los oponentes rezaban para que Cabecita no pisara el área, y si llegaba a haber alargue temblaban porque sus chances de convertir aumentaban.
Aquel partido fue inolvidable. Cabecita, Raúl para los amigos, estaba iluminado, había convertido dos de los tres goles que había marcado su equipo, el Manfreddi Football Club, que estaba por consagrarse campeón del torneo local por primera vez en su historia.
Había sido una excelente campaña de todo el equipo, con Emiliano Rosqueta como D.T., el mismo que había consagrado campeón a Vigorosos de Almafuerte con Pipo Lucerna de arquero (otra figura de nuestro fútbol a la que le dedicaremos en otro momento unas páginas).
Cabecita de Oro era moreno, corpulento, un metro noventa de altura, amplia espalda, ojos claros y pelo amarronado. Había nacido en un barrio capitalino de casas bajas, veredas rotas por las raíces de los árboles, calles vacías y tardes de siesta. Seguía teniendo los mismos amigos de la infancia, aquellos con los que compartió el potrero; con ellos tenía un ritual después del colegio: pasaban por la placita del barrio y se quedaban a jugar "un picadito". En ese entonces ya se vislumbraba que Raúl iba a ser un ícono del fútbol. Era siempre el goleador. De puntín, de taquito, chilena, rabona y por supuesto de cabeza. El partido terminaba cuando escuchaba el grito de su madre que lo llamaba a comer, ahí saludaba a "los pibes" y se iba a comer a su casa en medio de los retos de su madre por la mugre que traía.
Un día su tío fue a almorzar a su casa. La madre de Raúl estaba muy enojada con él porque no llegaba. El tío ante la preocupación de ella fue a buscarlo. Se paraó en la esquina del potrero y vió maravillado las gambetas que hacía su sobrino. Estaba boquiabierto y no podía creer la destreza de Raúl. Ese día el tío le propuso a él y a su madre presentarlo en el Club Atlético Alfonso Casares. A la semana estaba haciendo la prueba. Maravillados por sus hazañas, las autoridades lo admitieron inmediatamente.
Raúl jugó durante varios años en la reserva y luego dos años como suplente hasta que el Pepe Rossi (mediocampista como nunca hubo en la historia, que hacía los pases justos, daba ese toque que necesita un goleador para lucirse. Rossi nunca fue la estrella porque no convertía los goles pero fue un héroe de la cancha que llevaba el número nueve prácticamente tatuado en su espalda. Él y la pelota, el jinete y su corcel) se fracturó la tibia y el peroné un frío sábado de invierno que nunca olvidaría. En su reemplazo entró Raúl, en el minuto cuarenta y dos del primer tiempo. El partido iba uno a cero, ganaba Domecq. Comenzado el segundo tiempo marca el primer gol para Casares el Toti Perea. Faltando tres minutos para finalizar el encuentro Mancuso cruza el medio de la cancha, esquiva a dos oponentes y se la pasa a Perea. Perea va por la derecha, y escapa a tres defensores. Llega a la línea lateral de la cancha y se la pasa a Raúl que está en el área. Raúl salta solo, cabecea y clava la pelota en el ángulo. ¡GOOOOOOOL! En ese instante, ese frío sábado de invierno, nacía Cabecita de Oro.
Luego de su primer partido que le dio la victoria a Alfonso Casares, estuvo en la cancha en los dos partidos que le siguieron, dando siempre por ganador a su equipo. Fue entonces cuando el club decidió dejarlo titular. Jugó tres años llevando consigo varios triunfos: dos veces campeones del torneo local, ganadores de la copa Lindoro Forteza, de la copa Continental y del torneo de Leningrado que se juega cada cinco años.
Volvamos al partido que consagraría al Manfreddi Football Club campeón por primera vez en su historia. Faltando siete minutos para finalizar el encuentro expulsan a Rupetakis por cometer una falta grave contra "Napoleón" González, volante de Lomas de Moreira, dos veces campeón del torneo. Con diez jugadores al Manfreddi se le dificultaba llegar al área contraria. Sólo un gol evitaría el sufrimiento de los penales. Sólo un gol para que el Manfreddi lograra esa victoria que se había prometido desde su fundación. En el minuto cuatro le cometen falta en el área a Cabecita. Penal para el Manfra, como le decían sus hinchas. Cabecita, que se caracterizaba por su humildad, cedió el tiro a Hernando Perpetua. Con un lento trote se acercó al balón y lo pateó. El arquero eligió la derecha y Perpetua la izquierda, pero la pelota rozó el palo y salió fuera de la cancha. Todo el equipo del Manfreddi se agarraba la cabeza y no podía creer lo sucedido. Por un instante habían acariciado la copa y se les fue de las manos. Lomas respiró aliviado y sobre todo el arquero. Faltaban tres minutos. De seguir con ese resultado irían a penales y necesitarían tener la misma suerte.
A los dos minutos Emiliano Rosqueta hace un cambio estratégico para la definición por penales: Mastorso por Piperna. Luis Mastorso había sido el goleador del último mundial y no había errado ninguno de los penales que había pateado.
Ya finalizando el partido, el árbitro Pesada alargó la final dos minutos. Durante el minuto y medio que le siguió al encuentro los contrincantes no hicieron otra cosa que tirar la pelota afuera, hasta que un error del defensor Travolta de Lomas de Moreira provocó aquel famoso corner. Treinta segundos. Treinta segundos para la victoria o la agonía por los penales.
Casi todo el equipo de Lomas de Moreira estaba en el área. Empujones, insultos, agarres, gritos. El corner lo iba a patear Mastorso. Los entrenamientos habían servido para que Cabecita de oro y Luis Mastorso se convirtieran en una dupla goleadora. Cabecita estaba parado en el palo contrario del tiro de esquina. Cabecita se encontraba marcado por un volante, el resto de los oponentes se encontraba en el centro del área. Pita el árbitro. Levanta la cabeza Mastorso. Mira a Cabecita de oro. Baja su mirada al balón y patea. La pelota, que parecía teledirigida, va directo a Cabecita. Salta a su encuentro al lado del palo. Las bombas brasileras comenzaron a estallar, el cielo quedó cubierto por la pirotecnia. Nubes con los colores del Manfreddi cubrían el estadio. Lágrimas que estuvieron esperando más de cincuenta años brotaban sin parar. Abuelos, padres, hijos y nietos se abrazaban en este glorioso festejo. Los bombos y trompetas no dejaban de sonar. Una tarde inolvidable para el fútbol. Un hecho histórico. ¡Manfreddi Football Club campeón! Manfreddi Football Club campeón del torneo por primera vez.
Cabecita de oro, Raúl, fue el único que no festejó. El arquero rival, el juez de línea, el equipo contrario veían azorados como Cabecita yacía muerto al lado del arco. De su cabeza brotaba un líquido dorado.

miércoles, 22 de junio de 2011

Banderines y trompetas

Sentada en La paz leyendo a Haruki en diagonal al bar al que él solía ir. Me encuentro en una vidriera, desde las cuatro esquinas se me ve perfectamente. Entre lectura y lectura miro hacia esa esquina soñando con que él esté ahí haciendo lo mismo que yo y al levantar su cabeza me ve, llama desesperado al mozo, le paga, abre la puerta y se lanza raudamente hacia mí cruzando las dos calles en diagonal sin importarle absolutamente nada, llega hasta mí y fundirnos en un abrazo eterno.
Bueno, es obvio que eso no va a ocurrir. De todos modos no abandono la ilusión y cada tanto levanto la mirada entre capítulo y capítulo hasta que de repente me quedo observando los alrededores del bar de enfrente: de un lado del bar otro bar, árboles, la calle, la tienda de celulares, la panchería, el quiosco de diarios; del otro lado del bar El palacio de la papa frita ese lugar al que tantas noches nos habíamos prometido ir. Pero esa promesa no va a cumplirse, hace una semana todavía había esperanzas de probar esas deliciosas y famosas papas soufflé acompañadas de una deliciosa bondiola con salsa de ciruelas y puré de manzanas. Las peleas, las discusiones, los no entendimientos, los caprichos, las susceptibilidades fueron las culpables de que no probáramos esas exquisitas papas.
Y así fue como nunca fuimos al Palacio de la papa frita pero sí fuimos al Palacio de la pizza, dos plebeyos atendidos por súbditos del rey que preparaban una exquisita fugazzeta rellena, entre trompetas y banderines nos abrían las puertas.
Vuelvo a mi lectura, dejando atrás el delirio de cruzar la avenida Corrientes sin mirar el semáforo, termino mi café con leche, tomo mi vasito con agua y llamo al mozo para pagar la cuenta. Se acerca, le pago, se va, dejo la propina. Comienzo a planificar el sábado a la noche, veré una película de Chaplin, tomaré un rico vino y comeré unas empanadas.
Ya dispuesta a irme levanto la mirada para emprender la retirada y en la puerta del bar lo veo ahí parado, sí, a él, a punto de entrar para hacer lo mismo que yo estaba haciendo hace unos instantes. Quedamos los dos petrificados mirándonos y hasta con un rictus de segunda oportunidad.
Entra, suenan las trompetas y se vuelven a abrir las puertas del palacio.